Danzamos en la noche. Una noche única, nuestra. Sólo nuestra. No había luna, ni viento, ni estrellas, ni nubes. Podría pensarse que era oscura, muy oscura. Pero no. La tenue luz que simultáneamente irradiábamos se fue matizando con la música que armónicamente hacía resonancia en nuestros cuerpos.
Danzabas en lo alto. Tus ojos evocaron la magia de los dioses y un torrente de energía fluyó por tus arterias. Tus labios portaron múltiples sabores. Tu lengua articuló un lenguaje distinto al que acostumbras. Tus palabras bailaban en la noche, rozaban mis oídos, surcaban mis entrañas. Tu piel se cubrió de rosas y de tus poros emanaba un néctar que incitaba a la locura. Tus manos se apoyaban en mis hombros para no perder el ritmo de las olas que hacían de tu danza un eterno sube y baja.
Yo danzaba en lo bajo. Mis ojos se perdieron en la magia de los tuyos. Mi cuerpo entero entró en tu cuerpo dejándose llevar por la cadencia de tus besos. Mis manos te tocaban sin tocarte, esculpiendo las curvas de un cuerpo que anunciaba entrar en erupción. Mis labios dibujaron sensaciones. Mi voz se fue perdiendo en tu garganta. Mi magma hervía a ritmo del vaivén de tus caderas.
Danzamos en la noche. Una noche inolvidable. Una danza interminable. La más linda de las danzas.
Hola, Carlos:
ResponderEliminar¡Qué bella danza la de aquella noche!
Gracias por visitarme, bienvenido de vuelta.
Abrazos.
No hay mejor danza que la inspira el amor. Precioso! Un abrazo.
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