¿En qué momento sentí que te amaba? ¿Sería desde aquella tarde en que bajo el sol compartimos por primera vez, una carne asada que solemnemente mostraba mi infortunado gusto por lo horrible? ¿O desde que naciste en tierra diferente me llegó el eco de tu primer llanto, diciéndome aquí estoy, aquí te espero? ¿O desde hace un segundo, un año, una vida pasada, o esta vida presente? Te juro que soy malísimo en esos menesteres de descifrar el complicado mecanismo a través del cual trascendemos la mística línea de ese escabroso y turbulento sendero que conduce al territorio del amor. No sé si será porque muy pocas veces me he sentido enamorado, o quizás porque me negué rotundamente a hacerlo.
No soy de los que comparte la idea que el amor llega por decreto mental. Ves a alguien, te gusta y luego dices: Esto es justamente lo que andaba buscando. Me voy a enamorar. Y ahí la mente certifica, afirma, concede y por un conjunto de simples decretos, uno afirma: Ah chingá, estoy enamorado. ¡Ni madres!
Siempre he concebido que el amor, es algo más complicado que la mismísima mente. Llega cuando menos te lo espera, en la persona que nunca imaginamos y como una presión insolente y abdominal, los intestinos se tuercen y la ingenua mente, es la última que se entera.
Siempre he pensado que el amor llega como un ente que oscila armónicamente en el tiempo. Cíclicamente. Y los ciclos tienen como esencia, su perpetua mutabilidad. No sé si habrá sido tu gusto excesivo por la taza de café o el vaso para el trago, despostillado en los bordes. O tu obsesiva manía de arrancarme los pelos que me sobran, o la de expurgarme los puntos negros que aparecen como por arte de magia en cualquier parte de mi cuerpo, o la manera tan deliciosa que cocinas o esa serenidad y concentración con la que te maquillas. No sé. A lo mejor es toda tu anatomía que curó mi ceguera, iluminando mi osadía. O tu hermosa sonrisa, tu cálida mirada, tus pocas pero mágicas palabras. No sé.
Tal vez sean “nuestros ayes y gemidos”, a través de los cuales he conocido la magistral topografía de tus tierras. Tal vez, haya sido en uno de esos momentos, en que explorando tu genital follaje, he caminado tierra adentro, he fertilizado tus desiertos, has poblando mis inhóspitos territorios a los que el amor no se asomaba. Tal vez entre “nuestros ayes y amor mío”, hemos emprendido el vuelo hacia cielos que hombre alguno ha transitado. Vitoreando ayes sobre tus femeninas mareas. Vitoreando ayes sobre mis masculinos relieves. Tal vez, en uno de esos viajes al centro del universo, en donde hay más de un punto G, hemos enriquecido la mística fragancia del amor.
No sé. No sé cuándo, cómo y por qué. Solo sé que te amo.
101-8-2011
101-8-2011
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