martes, octubre 19, 2010

Cambios

El viento solía llegar el mismo día y a la misma hora. Una vez por semana. Raramente dos. Y cuatro o cinco horas marcaban una nítida diferencia. Los demás días desaparecía dejando atrás una calma aparentemente soportable. Ella se acostumbró a vivir sopesando sus ausencias. Se acostumbró a vivir sin viento, sin la necesidad de que en el día a día hacía falta respirar.
La noche en cambio solía llegar todos los días. A la misma hora. Por lo menos alguna virtud debía tener. Siempre negra. Siempre obscura como su conciencia. Siempre disfrazando sus sonrisas, enmascarando sus intensiones y ocultando al monstruoso ser que en sus entrañas sostenía.  Noches que mostraban la falsedad de una luna que no brilla con luz propia. Él se acostumbró a vivir en las tinieblas. Más ciego. Más sordo. Convencido de que en la obscuridad no hacía falta la vista. Equivocado, porque cuando menos se ve, es cuando más se necesita escuchar.
Ella un día, cambió el viento intermitente por una brisa permanente que llenaba día a día sus pulmones. Penetraba lentamente en sus entrañas. Ella aprendió a necesitar el aire puro que portaba su brisa, aprendió que sin respirar no se puede vivir.
Él un día cambió a su hipócrita luna por un sol que brillaba con luz propia. Y dejó que su energía penetrara firmemente en sus entrañas, iluminado su alma y reviviendo a su estirpe. Él recobró la vista, perdió la sordera y aprendió que en el día a día la radiante luz que su sol le entrega es vital para su vida. 

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